El papá, sentado detrás de los gurises, se pone de pie tres cuadras antes de Rejón. Mira al de cuatro de arriba, que luce su nuevo gorrito de sol.
Baja la cabeza, a la altura de los ojos del pequeño, que están bien cerrados. Lo alza, para no despertarlo. El pequeño siente la protección, abraza al hombro y la remera de algodón.
La sensación de dormir y el te extraño mamá.
El hijo de doce, sentado desde la ventanilla, agarra su mochila negra. Mira a los dos y siente demasiada ternura, casi que lo avergüenza.
Se bajan a una cuadra y media del mar con dos reposeras, una pelota de goma naranja y blanca, muchas palitas de plástico y baldes de arroz.
Sin mirarse van de la mano.
Baja la cabeza, a la altura de los ojos del pequeño, que están bien cerrados. Lo alza, para no despertarlo. El pequeño siente la protección, abraza al hombro y la remera de algodón.
La sensación de dormir y el te extraño mamá.
El hijo de doce, sentado desde la ventanilla, agarra su mochila negra. Mira a los dos y siente demasiada ternura, casi que lo avergüenza.
Se bajan a una cuadra y media del mar con dos reposeras, una pelota de goma naranja y blanca, muchas palitas de plástico y baldes de arroz.
Sin mirarse van de la mano.