La había conseguido allá por Bolivar entre Buenos Aires y Entre Ríos.
No había resultado barata, comprada en una de esas relojerías que, en realidad, son casas de empeño.
Recordaba al vendedor detrás del mostrador; veía su silueta ancha, su bigote moustache, sus entradas disimuladas y su paciencia para explicarle que la grabadora venía de Tierra del Fuego.
Se perdía en la ciudad y rememoraba de pronto y sin querer sus años de juventud, sus 20 años y la casita de sus viejos. Recordaba a su mamá sin pelo blanco y la veía enseñandole a la Chini, por el viejo teléfono alámbrico. En ese momento, cualquier persona entendía por qué su madre era maestra de primaria, por ese afán de enseñar, de iluminar a todo el que quiera escuchar.
Escucharla con la Chini lo hacía ir al tiempo cuando él era chico y su mamá, lo socorría con las tareas y el estudio y sagrados consejos de esos que vos sabes.
Ya a los 20, empezó a renegar de la ayuda académica.
Ahora si. Jamás le faltó su compañía, sus efímeros metros de distancia y sus mates que acercaban compartiendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario