miércoles, 16 de mayo de 2018

Inestabilidad

El anochecer era luna de luz en el mar y yo volvía sobre las reasfaltadas calles marplatenses. 
Algo me hizo reaccionar a último momento, y apretar el freno tarde, y los anteojos volando por todo el auto, junto con dos libros de bolsillo y un celular.

El ruido ensordeció y me quedé inmovil ante el volante y el puñal del pecho. Cada respiración lo profundizaba más y cabeceaba para los costados buscando aire.

Si, gracias. El cinturón. Aire fresco. No hablaba pero a alguien se lo decía.
Unos ojos claros miraron mis oscuros y me dijeron: vení, mostrame Mar del Plata. Mostrame las escolleras de las que tanto hablan, algún bar de tango. Dale.
Ese es el edificio Havanna. A veces se tiran desde ahí.
Veo.
Caen gritando. ¿Algunos se arrepentirán en el aire?
Pasa más de lo que te imaginas.
Aquel era mi colegio. La red de los arcos de fútbol sigue rota, la cal de las canchas apenas visible y las preceptoras poniéndonos amonestaciones. A aquel barrio fui mucho tiempo. Mirá que iluminado que está.
Es una ciudad linda aunque dicen que el marplatense ama demasiado su ciudad.
Puede ser si. Muchos reniegan de los turistas. Pero gran parte de la identidad de la ciudad está con ellos.

Mientras rozabamos las olas, el agua salada me salpicaba los dedos y ascendíamos para saltar escolleras.

Si estamos haciendo todo esto es porque me morí ¿no?
Algo así. Todavía no. Aunque ya no sé, está todo medio inestable últimamente. Pero mirate, ahí va tu ambulancia, buscando paso entre todo el tráfico de Independencia.
¿A donde me llevan?
A la Clínica Colón. Ya no importa.
Mis viejos.
Van a estar bien.

Hemorragia interna por trauma. Preparen dos vías y llévenlo a quirófano.

Intentar acercarte a tu cuerpo y no poder es desesperante.

Acá mucho no podemos hacer. Si te quedas es para sufrir. Vamos a escuchar un tango y tomar algo. Dale. Hay un lugar que se llama los duendes, ¿no?
No no. ¿Y la vieja? ¿Y el viejo? ¿Y Juan? ¿Y Agustina? ¿Qué está pasando? ¿Y ese ruido?
No.
Sentí a todo mi cuerpo temblar, las manos sujetadas, un golpe contra un fierro y sangre caliente a lo largo de mi sien. 

El arousal volvió de a poco. No podía abrir los ojos pero alcancé a apretar la frazada. Moví un dedo del pie izquierdo y temblé intentando abrirlos. Escuché a una mujer gritar. No veía nada. Pronto quedé sumido en un sueño profundo. 
Un ardor en los talones me trajo de vuelta. Intenté abrir los párpados. Pesaban. Un 
médico y una treintañera hablaban. Los vi volverse hacia mi. La mujer se largó en llanto y sonreía mientras me miraba temblar. No pude evitar las náuseas.
Mis ojos apuntaron al diario que tenía ella en la mano, donde alcancé a leer:

"Perón cumple: Apoye el Segundo Plan Quinquenal."



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