jueves, 6 de diciembre de 2018

Rodríguez

Compro dos sándwiches de miga en la panadería de la esquina de casa, a metros de donde espero el colectivo.
El cuidacoches me desea un buen día.
Que la pases bien, me dice. Gracias buen hombre.
Juan ronda los sesenta y largos y lo acompañan palabras sueltas que vuelan cada dos segundos. De ropa ancestral y limpia, algunos dientes, tiene billetes de cinco y de diez colocados entre el índice y el mayor, tal como suelen hacer los vendedores ambulantes.

Se acerca al rato.

Muchacho, ¿ya pasaron las doce?.

Si, son doce y media.

Gracias. Que tengas buen día, gracias, ¡eh!, la.

Enseguida se encuentra con un pibe de treinta, que sujeta una franela naranja y parece prepararse para el relevo. Se abrazan en saludo y a Juan se le dejan de escapar las palabras y comienza a sonreír. Conversan diez minutos, se dan un beso en la mejilla y se despiden.

Me subo al colectivo y se me viene el vómito a la garganta. Necesito que abran las ventanas y me dejen sentar. Están todos sentados y nadie me mira. Igual si me miran no harían nada. Me sujeto fuerte al caño del techo, y todo es vueltas.
Quedan seis cuadras hasta San Luis. ¿Llego?
No. Me bajo antes y camino.
-Julieta no. Voy por mi cuenta. Vayan yendo ustedes. Busco los juguetes, la leche y voy.-
Vayan, que ir con gente en el bondi es esfuerzo social y manutención del equilibrio. Prefiero recuperarme bien e ir.
Mucha agua, un poco de jugo a fuerza y ya voy en el 62 hacia la jornada de apoyo escolar en el comedor "El Camino".
Llegando escucho una voz aguda y conocida:
- ¿Chófer, nos podrá alcanzar hasta Tarantino? - Es sin dudas la voz aguda de Gastón, que viene acompañado de Juan.
Se suben corriendo y a los gritos.
- ¡Profe!¡Profe! - En ese instante ya me siento bien. - ¿Estás yendo a la escuelita? ¿Qué traes ahí? ¿son juguetes? Yo no estaba en el festejo del día del niño el otro día. En realidad si, ¿viste?, pero me fui justo cinco minutos antes de que dieran los juguetes. ¿Quedaron?¿Te podes fijar?
- Si, si, si.

Caminamos entre el barro y me cuentan su semana. Miran asombrados las bolsas que me cuelgan. Me preguntan sobre esa bolsita arrugada.
- Son sanguchitos. ¿Los quieren?
Miran atentamente los dos los dos sanguchitos.
- Yo quiero el de pan blanco - dice enseguida Gastón, y Juan agarra el primavera de pan negro.
Caminamos y comen. Comen y caminamos.
El quilombo de la zapán se me va con ellos devorando hasta la última miga. Llegamos a la casa de Agustín y corren prometiendo volver con la mochila.

En ese momento me quedo solo y voy hacia la escuelita, como ellos le dicen.
Me permito entonces sentirme un poco como Simón Rodríguez.

Ahí va él, relatado por Galeano:

Nació en Caracas, en 1769.
La Iglesia lo bautizó como párvulo expósito, hijo de nadie, pero fue el más cuerdo hijo de la América hispánica.

En castigo de su cordura, lo llamaban El Loco.

Decía que nuestros países no son libres, aunque tengan himno y bandera, porque libres son quienes crean, no quienes copian, y libres son quienes piensan, no quienes obedecen.

Enseñar, decía El Loco,
es enseñar a dudar.

Los anteojos, calzados por encima de las cejas, rara vez ayudan a los ojos azules, ávidos y voladores. Simón Carreño, Rodríguez por nombre elegido, deambula predicando rarezas.
Sostiene este lector de Rousseau que las escuelas deberían abrirse al pueblo, a la gentes de sangre mezclada; que niñas y niños tendrían que compartir las aulas y que más útil al país sería crear albañiles, herreros y carpinteros que caballeros y frailes.

Veinticinco años tiene Simón Rodríguez y trece Simón Bolívar, el huérfano más rico de Venezuela, heredero de mansiones y plantaciones, dueño de mil esclavos negros. Lejos de Caracas, Rodríguez inicia al muchacho en los secretos del universo y le habla de libertad, igualdad, fraternidad. Le descubre la dura vida de los esclavos que trabajan para él y le cuenta que la nomeolvides también se llama Myosotis palustris. Le muestra cómo nace el potrillo del vientre de la yegua y cómo cumplen sus ciclos el cacao y el café. Bolívar se hace nadador, caminador y jinete; aprende a sembrar, a construir una silla y a nombrar las estrellas del cielo de Aragua.
Maestro y alumno atraviesan Venezuela, acampando donde sea, y conocen juntos la tierra que los hizo. A la luz de un farol, leen y discuten Robinson Crusoe y las Vidas de Plutarco.

La monarquía española se encargó de perseguir las ideas de Rodríguez y el exilio lo llevó a Europa en 1797. Un cuarto de siglo anduvo don Simón al otro lado de la mar: allá fue amigo de los socialistas de París y Londres y Ginebra; trabajó con los tipógrafos de Roma y los químicos de Viena y hasta enseñó primeras letras en un pueblito de la estepa rusa.

Regresaría para un largo abrazo de bienvenida, donde Bolívar lo nombra director de educación en el país recién fundado. Con una escuela modelo en Chuquisaca, Simón Rodríguez inicia su tarea contra las mentiras y los miedos consagrados por la tradición.

Chillan las beatas, graznan los doctores, aúllan los perros del escándalo: horror. El loco Rodríguez se propone mezclar a los niños de mejor cuna con los cholitos que hasta anoche dormían en la calle. ¿Qué pretende? ¿Quiere que los huérfanos lo lleven al cielo? ¿O los corrompe para que lo acompañen al infierno? En las aulas no se escucha catecismo, ni latines de sacristía, ni reglas de gramática, sino un estrépito de sierras y martillos insoportable a los oídos de frailes y leguleyos educados en el asco al trabajo manual. ¡Una escuela de putas y ladrones! Quienes creen que el cuerpo es una culpa y la mujer un adorno, ponen el grito en el cielo: en la escuela de don Simón, niños y niñas se sientan juntos, todos pegoteados; y para colmo, estudian jugando.

El prefecto de Chuquisaca encabeza la campaña contra el sátiro que ha venido a corromper la moral de la juventud. Al poco tiempo, se le exige la renuncia, con la excusa de no haber presentado sus cuentas con debida prolijidad.

Decía, entre tantas otras:

- Se ha de educar a todo el mundo sin distinción de razas ni colores. No nos alucinemos: sin educación popular, no habrá verdadera sociedad.
- Instruir no es educar. Enseñen, y tendrán quien sepa; eduquen, y tendrán quien haga.
- Mandar recitar de memoria lo que no se entiende, es hacer papagayos. No se mande, en ningún caso, hacer a un niño nada que no tenga su "porque" al pie. Acostumbrado el niño a ver siempre la razón respaldando las órdenes que recibe, la echa de menos cuando no la ve, y pregunta por ella diciendo: "¿Por qué?"
- En las escuelas deben estudiar juntos los niños y las niñas. Primero, porque así desde niños los hombres aprenden a respetar a las mujeres; y segundo, porque las mujeres aprenden a no tener miedo a los hombres.
- Los varones deben aprender los tres oficios principales: albañilería, carpintería y herrería, porque con tierras, maderas y metales se hacen las cosas más necesarias. Se ha de dar instrucción y oficio a las mujeres, para que no se prostituyan por necesidad, ni hagan del matrimonio una especulación para asegurar su subsistencia.
- Al que no sabe, cualquiera lo engaña. Al que no tiene, cualquiera lo compra.

Agrega Galeano en una entrevista para conocido medio:

Las estatuas que faltan son casi tantas como las que sobran, y Simón Rodríguez es uno de los desaparecidos de la historia latinoamericana. No creo en las estatuas, creo en la carne y en el hueso. Simón Rodríguez merece estar vivo en la memoria de todos los latinoamericanos.
Simón fue (y es) incómodo.
Por orden de Bolívar, debía iniciar una revolución educativa desde Cochabamba, y lo hizo. Creo escuelas que mezclaban a los niños y las niñas, a los pobres y a los ricos, a los indios y a los blancos, y que además mezclaba lo que para nosotros era un pecado capital: habíamos heredado la concepción ibérica del desprecio a la mano humana. Recién hacia mil ochocientos ochenta es que la corona ibérica resuelve que no pierde el título, el derecho a ser llamado Don, aquel hombre que vive de sus manos.
Don Simón Rodríguez desafió eso, estableciendo que la educación integral es la intelectual y la manual, es decir no solamente la que enseña a sumar y a restar, sino también la que enseña oficios.
Ató entonces la cabeza y el cuerpo, dignificando el trabajo manual.

Habló directamente a las clases dominantes, a los nuevos amos, y les decía "No somos independientes".
La independencia es mentira.
La independencia es de quien piensa con su cabeza, quien siente con su corazón, quien camina con sus piernas. ¿Hasta cuándo van a seguir copiando de Estados Unidos y de Europa todo? ¿Por qué no les copian lo más importante que es la originalidad?
Constituyó se su expulsión de Cochabamba. Pasó el resto de su vida a lomo de mula por hispanoamérica y predicando en vano.

Cada día está más solo don Simón. El más audaz, el más querible de los pensadores de América:
A los ochenta años escribe:
"Yo quise hacer de la tierra
un paraíso para todos
y la hice
un infierno para mi."

La independencia fue hecha para una minúscula minoría dominante. Hoy todavía cargamos con herencias coloniales que signaron el proyecto de independencia americano y lo condenaron al temprano fracaso; lo cual se vio claramente en los países "independizados", desde el norte del norte hasta el sur del sur. En la primera Constitución de los Estados Unidos, cada negro equivalía a las tres quintas partes de una persona. Hoy Obama sería presidente siendo tres quintas partes de una persona. Por los países latinoamericanos el panorama era más o menos el mismo. Los que verdaderamente hicieron la independencia, los que le pusieron el pecho a las balas, no fueron invitados a la fiesta y nuestros países nacieron mutilados. Nacieron mentidos. No estaban las mujeres, ya ahí tenemos al menos la mitad de la población. No estaban los analfabetos, que eran la intensísima mayoría; ni los negros, ni los indios, ni los sirvientes a sueldo, ni los soldados de línea. No estaba casi nadie. El poder quedó en manos de poquísima gente, lo que explicaba la certera visión de la historia que tuvo el anónimo autor de un escrito en una pared de Quito, donde escribió:

Último día del despotismo y primero de lo mismo.


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