lunes, 30 de noviembre de 2015

Eras

Iba siempre al mismo lugar, cada madrugada de su vida.

Allá subiendo por la loma, casi llegando a Santiago, hay un espacio entre las piedras que no hace más que invitar al que conoce. El grupo de rocas de Tandilia se juntó en alguna era de esas que estuvieron antes que llegaramos, para formar un espectacular afán de rocas, lleno hoy de restos de yerba y vidrios rotos.

A la hora de la siesta, se pueden ver quinceañeros besuqueándose a escondidas. Ya más a la tarde, alguno que otro fumándose un churrin. Más tarde aún, amigos comiendo pizzas de La Fountain.

La madrugada era siempre de Segú.
Parado arriba del arrabal, cualquiera se sentía el rey del mar. Él se sentía chico, como todo ser que piensa un poco.
Si lo veías, lo que distinguías era una silueta grandiosa y sombría, de sobretodo oscuro, barba recortada, flequillo juvenil y pucho ya componente de su alma.
Su pasatiempo era y es sumergirse en pensamientos, y nadar en las olas, sobrevolarlas y sumergirse una y otra vez.
Todo para vibrar entre la espuma y sentir la guerra de la escollera de humanos.

Así volaban horas, hasta que amanecía, donde darle la vuelta al mar no se hacía tan difícil, y donde ya ansiaba su colchón, donde ya soñaba con soles y fantasmas.

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