lunes, 22 de febrero de 2016

Cosas

En casa hay un vaso de whisky que nadie usa.
Nadie se anima. Es herencia familiar y todos le tenemos terror. Nuestro tormento es despertarnos transpirados, tras haber soñado momentos sin tiempo donde se rompe el vaso y estalla en mil pedazos.
Tiemblo solo de escribirlo.
Con Pedro, desde que él tenía ocho años, tenemos un pacto: despertar siempre al hermano que grita durmiendo.
Es un vaso de esos de cristal, con detalles de allá de 1930. Era y Es del Nono Chiche. Mantiene e irrada esa mística constante que lo caracteriza.
Corría el 10 de Enero del 2015. Después de varias cervezas amigueras y domingueras, decidimos pasar al whisky.
Distraído Pedro, sentado en la silla de mimbre, pidió a la visita que traiga vasos acordes. Le señaló la pequeña puerta de vidrio esmerilado, y siguió en sus ideas, entre risas y humos.
De la cocina Coco gritó "¿Dónde está el hielo?. "¡En la heladera del fondo!" alguno respondió.
Coco trajo 4 vasos de whisky. Los apoyó en la mesa y ahí fue cuando se nos vino el mundo y la fobia encima. Coco sirvió On the Rocks para todos, mientras sonaba Pity de fondo, que ignoraba toda la tensión del momento: "Cuando ya a nadie le importe".
Con Pedro no hablabamos, ni nos mirabamos, ni sentíamos todo lo ensordecedor que nos rodeaba. No pude levantar la vista. Calculo que Pedro tampoco.
"Muchachos" dijo Coco, haciendo un ademán hacia los vasos, servidos perfectamente con hielo.

Fue uno de los mejores whiskies que tomé en mi vida. Fue la última vez que vino Coco a casa.

Quizás jamás nos rescatemos que las cosas fueron hechas para usarse.


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