martes, 9 de febrero de 2016

lunas

Amanecer y ver el celular hecho mierda, me hizo feliz.

Juancito me enroscaría en una terraza llena de membrana, con historias de gente malvada y yo, naturalmente, me picaría. En el patio, respiraban mis amigos Ara, Fran y Axel. Charlarían, como si el tiempo no importase, de algún tema existencial.
"Toto, te voy a hacer una invitación, y no me podés decir que no".
¿Cómo no terminar un domingo sin una pizza y un fernet? Hay invitaciones que no podés decirles que no.
Entre porciones de pizza y Fernet con Coca Light aguado, uno de los allí presentes dijo: "Qué lindo que esta noche termine en una aventura delirante".

Cuando entré distraído a lo de Paloma, saludé a las amigas de la hermana, caminé hasta el fondo, y los ví a todos gritándome, no entendía nada. No me pude mover al grito de "Feliz Cumpleaños".
En ese momento, cuando todos gritaban, mi cara de estúpido y yo viajamos a Neuquén, a lo de Igna, a la despedida sorpresa con tantos amigos con los que ya nos vamos a cruzar.
Y volé enseguida a Buenos Aires, a una despedida con más amigos, con los que también, espero nos volveremos a ver.

De estar en Baires y Neuquén, en despedidas, sonrisas y algún lagrimón, estaba en Mardel, en la casa de una amiga, con treinta hermanos, mirando mi cara cuando intentaba entender, o llorar, o reirme.
Todos dispuestos a compartir, a festejar, a abrazar.
Abrazos de siglos, que van a durar para siempre. No los voy a olvidar nunca más.

Para conectar con Baires, me tiraron a la pileta. Esta vez fue mejor. Muchísimo mejor. Allá me tiraron con ropa, y estuve toda la noche con frío. Acá, en boxers. La familia de Paloma no va a entender nada cuando encuentren un calzón olvidado en el tender de la casa.
Quizás no existan buenos encuentros si algún distraído no rompe un vaso o si varios se olvidan cosas.

Caminaba por el medio del jardín cuando se acercaron el Tío e Iñaqui. Lo que sería por probabilidades una conversación normal, se transformó enseguida en otra cosa, todo a las palabras de: "Te vamos a tirar. Ya está. Quedate pillo. No podés hacer nada. Tranquilo, danos el celular y todo objeto de valor que tengas."
Me afanaban.
De pronto no eran dos, si no treinta.
En ese momento en el que los tirones y las risas se iban apoderando del jardín, me fuí volando a un jardín más grande; precisamente a un bosque. En el vuelo terminé en la casa de Pablo Lihué Navas, un amigo; con otro amigo, con Pancho.
Pablo hacía dos meses que, tras un bajón, no respondía nuestras llamadas, ignoraba nuestros mensajes y no respondía nuestras palomas mensajeras. Por un momento pensé que Claudia, Lorena, Edgarda y Joaquina, no volverían nunca más.
Habíamos ido a su casa, por una invitación de Juani, que festejaba su cumpleaños allá. La idea del asado era atractiva, pero no se comparaba con el frenesí de verlo a Navas después de meses de reclusión.
Entramos con la mismo desespero con el cual un drogadicto busca falopa. El hermano nos avisó que estaba duchándose, que imperativamente esperaramos. El desespero no entiende de esperas. Lo ignoramos a él y a la cara de la familia cuando se daba cuenta qué pretendíamos. Al entrar al baño y verlo, medio en bolas y medio en toalla, en ese instante en el que ultrajábamos su privacidad, su pudor y su vergüenza, hubo felicidad. Primero nuestra, después de Pablo. Saltábamos a su alrededor como niños de 6 años con el último e imposible juguete recién salido al mercado, ese que estuvo viendo en la pausa de los dibujitos, todas las tardes del último mes.
Saltábamos los tres. Pablo descubriendo que tenía amigos, nosotros descubriendo que seguía vivo el nuestro.
Entre saltos, cuasi desnudo, dijo: "No tienen límites, hijos de puta".
Fue el sello de la noche y la frase que quedará para siempre.

En ese momento, en el jardín de Palo, mientras todos tironeaban y reían, sentí la alegría que sintió Pablo con aquella visita, y dije exactamente lo mismo que dijo él esa noche.

El agua estaba excelente. Rapidamente se unió Axel y, el delirio, naturalmente, se fue a las nubes.
Invadió a todos, charlas cruzadas, almas pendientes y encuentros de otros tiempos. Uno para citar, fue ¿qué haríamos si nos encontraramos a nuestro "yo" adolescente?: ¿Qué harías?.
Muchos coincidimos con lo siguiente: Primero, un abrazo, por todo lo que se le viene y porque lo queremos. Después, una piña sentida en la boca del estómago, mientras lo dejamos descansar.

Lo único que queda materializado cuando amanece al otro día son los gloriosos vidrios rotos, los celulares estallados y todo lo olvidado: los buzos, los boxers y los libros. Quedan para siempre los encuentros, los brindis y los amigos.



Gracias por todo.

1 comentario:

  1. Yo creo que hay una forma de comprobar si sos una gran persona, que es que tus amigos te tiren a la pileta. Y a vos no te tiraron una sola vez sino dos. No sólo reafirma la admiración que te tengo sino que también me empuja a tirarme a la pileta de pura gana.

    ResponderEliminar